He sido pobre, de clase media y rica en varios momentos de mi vida. He sido empresario, he salido con éxito, he conocido a mucha gente rica en el camino, y te digo que no desearía el sufrimiento que aflige a los ricos a mis peores enemigos. Puede que no te sientas mal por ellos, porque imaginas que tienen vidas de lujo y privilegio, y muy a menudo las tienen. Si tuvieras su dinero, tus problemas se resolverían, eso es cierto. Estas son fantasías comunes. Pero no ves las aflicciones espirituales: el aislamiento, la paranoia, el hastío existencial, el terror a la comparación desfavorable, el peso de las cadenas mundanas que el dinero envuelve alrededor de sus cuellos. Si supieras cuán constriñe el cemento del poder en sus egos, cuán osificado es el dolor de su separación, cuán solitarias son sus vidas, cuán pocas personas en las que pueden confiar, cuán extraordinaria y devastadoramente duras son consigo mismas, a lo largo de dimensiones de vulnerabilidad que nunca pensaste criticar en ti mismo, lo regalarías todo antes de practicar un día de riqueza en tu cuerpo.