Estaba vendiendo limonada de 50 centavos para su tratamiento contra el cáncer. No tenía idea de que el club de motociclistas local acababa de celebrar una reunión sobre ella. Para Mia, de 8 años, el puesto de limonada era su "trabajo". Calva por sus tratamientos y tan débil que apenas podía sentarse, estaba decidida. Su madre, Sarah, estaba desconsolada y avergonzada, mirando desde la ventana. Había tratado de decirle a Mia que no necesitaban el dinero, pero sabía la verdad: no se trataba de los 50 centavos la taza. Era la forma de luchar de Mia, su última esperanza. Había estado sentada allí durante una hora, su pequeño cuerpo desvaneciéndose bajo el sol otoñal. Entonces, escuchó un profundo estruendo. Una enorme Harley-Davidson, conducida por un motociclista que parecía una montaña, se detuvo en la acera. Estaba cubierto de cuero y tatuajes, con la barba hasta el pecho. Se bajó de la bicicleta y se acercó. Mia levantó la vista, con los ojos muy abiertos. "¿Cuál es el especial de hoy, jefe?", retumbó, su voz sorprendentemente suave. "Limonada", susurró Mia, su voz frágil. "Es... cincuenta centavos". "Parece lo bueno", dijo. No buscó su billetera. En cambio, abrió la cremallera de una pesada cartera de cuero de su bicicleta, se acercó y la colocó sobre la pequeña mesa. "No tengo sed", dijo, mirándola directamente a los ojos. "Pero necesito que hagas algo por mí. Le das esto a tu mamá. Le dices que es para tu tratamiento". Mia, confundida pero confiada, solo asintió y le dio las gracias. El motociclista volvió a subirse a su bicicleta y, con un último movimiento de cabeza, se alejó con estruendo. Cuando su madre salió, encontró la bolsa. Dentro había más de $ 4,000 en efectivo y una pequeña nota: "De algunos tipos que reconocen a un boxeador cuando lo ven. Mantente fuerte, pequeño guerrero". Sarah, atónita, descubrió más tarde que un vecino tranquilo que apenas conocía era miembro de ese club de motociclistas. Había visto a Mia día tras día, esforzándose tanto. Había contado su historia en una reunión del club, y todos los motociclistas endurecidos en esa habitación habían vaciado sus billeteras en esa bolsa de cuero. Crédito: Sofia Williams